Piquero de Patas Azules con el León dormido al fondo en Playa Punta Carola. |
Murales explicativos sobre los pinzones de las Galápagos del Centro de Interpretación. |
El Centro de interpretación da acceso a unos empinados caminos de loseta volcánica que ascienden hasta unos miradores con una bonita vista a la bahía del Cerro de las Tijeretas.
Las Tijeretas no son sino el nombre local que se les da a una de las aves que más abunda en las Islas Galápagos, las Fragatas, también conocidas como los piratas del aire.
La pequeña colina que se desploma verticalmente sobre la bahía esta llena de nidos de estas aves, y observarlas planear al atardecer es casi hipnótico.
La pequeña colina que se desploma verticalmente sobre la bahía esta llena de nidos de estas aves, y observarlas planear al atardecer es casi hipnótico.
Allí no hay una playa propiamente dicha, pero se puede hacer un snorquel estupendísimo accediendo al agua directamente desde las rocas.
Unos días más tarde, regresaría allí solo, para hacer una excursión de más exhaustiva de esa zona de la isla y una de las cosas que pude disfrutar allí, fue nadar entre las iguanas que se sumergían para comer, alguna enorme tortuga y hasta algún lobo marinos se acercó a mi para curiosearme.
Bahía del Cerro de las Tijeretas. |
Unos días más tarde, regresaría allí solo, para hacer una excursión de más exhaustiva de esa zona de la isla y una de las cosas que pude disfrutar allí, fue nadar entre las iguanas que se sumergían para comer, alguna enorme tortuga y hasta algún lobo marinos se acercó a mi para curiosearme.
Uno de los caminos conduce hasta un mirador donde hay colocado un gran monumento de Darwin, también con unas buenas vistas a la bahía y al fondo se puede divisar el roque conocido como El León Dormido o kicker Rock, donde se puede practicar uno de los mejores snorquels y buceos de todas las Galápagos.
La primera vez que acudí hasta ese lugar, en una de las anécdotas dignas de contar de este viaje a las Islas Galápagos, fue que en mi intento de pasar a lado de un león marino que descansaba plácidamente en el camino que conduce al agua, con intención de tomar una fotografía a mis nuevos amigos, casi recibo una mordida del animal al sentirse molesto con mi presencia, y del salto que dí para esquivar la dentellada, empujé con mi mochila sin querer a un menudo un chaval que andaba distraido observando a una iguana y casi lo lanzo al agua.
Otra de las anécdotas de aquel día, es que no se aún que pasó bien con mi teléfono móvil, porque se me bloqueó, y de no haber sido con Claudio, que me prestó el suyo para contactar con Marijose, quien desde casa me solucionó el problema, me podría haber quedado sin comunicación con los mios durante todo el viaje. Así que, gracias Claudio por tu ayuda y gracias Marijose por ser tan eficaz como de costumbre.
Como ya comenté, días más tardes y por motivos que más adelante comentaré en las siguientes entradas, regresé a explorar con más detalle este Cerro de las Tijeretas.
Desde el mirador que se encuentra a más altitud parte un sendero que cruza por encima del pequeño desfiladero donde están anidadas las Fragatas. Observarlas desde allí es simplemente espectacular. Una de las imágenes icónicas de Galápagos.
Hay una bonita caminata de unos pocos kilómetros, descendiendo entre la maleza y las afiladas rocas volcánicas, que finaliza en la Playa Punta Carola, a la que los lugareños también llaman "la Playa del amor", ya que esta rodeada de manglares, donde se rumorea, que acuden furtivamente las parejas de enamorados.
Justo en el final de este sendero, donde termina la Playa Punta Carola, me topé de narices con mi primer ejemplar de Piquero de Patas azules, o Booby Blue Feet como lo conocen los yankees.
Perdí la noción del tiempo tomando fotografías admirado por la belleza de esta ave marina de hermosos colores, que casi parecen coloreados artificialmente en sus patas. Ayudó que el animal, estuviese tan cómodo con mi presencia que me dejó acercarme muchísimo a él. Y es que en estas mágicas islas, los animales no temen en absoluto al hombre al no estar acostumbrados que este sea un depredador como sucede en el resto del planeta.
Aquella caminata fue de las mejores que recuerdo durante mi paso por las islas Galápagos. Me sentí un auténtico explorador. No me tropecé con un solo ser humano durante toda la jornada.
Únicamente estaba yo, con mi cámara fotográfica en mano, investigando cada rincón de la maleza donde oía el bonito canto de un cucube, mirando detenidamente cada caleta en la que los machos de lobos marinos alertaban a sus congéneres de que aquel era su territorio, sobresaltándome cada vez que una iguana marina delataba su presencia al corretear eléctricamente despaborida ante mi presencia, y sobre todo por el regalo final de aquella caminata: yo y aquel Piquerito de Patas Azules, sentados cara a cara, observándonos mutuamente como si el tiempo se hubiese detenido para nosotros dos.
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